Notas del Director
Guachos
es
una palabra que llega del quechua; aunque se escribe diferente, su
pronunciación es la misma al igual que su significado. El quechua se
usa en varias provincias argentinas, sobre todo en la que históricamente
fue la última estación del Camino del Inca y que hoy es la provincia de
Santiago del Estero, y aún en Jujuy, lugar donde su altiplano conecta el
sur de Bolivia y el sudeste de Perú, el quechua mantiene una cierta
vigencia.
El
significado de la palabra cumple el mismo propósito en castellano y en
quechua. En el diario decir del habitante de Argentina, guacho
es un ave, cordero, chivo o cabra que está perdido o cuyos padres
murieron o desaparecieron. Guacho es también la versión de
huérfano aplicada a la persona.
Se
comenzó a usar esta palabra –en principio- muy despectivamente. Luego se
transformó en una forma de declarar un cierto grado de amistad y por
último en una palabra que declara afecto o desprecio. En el diario
decir, guachos son los que deambulan, comen y duermen en un total
desamparo tanto en barrios y localidades como en el propio centro
capitalino.
La
pieza teatral “GUACHOS” muestra a dos seres de distinta condición
social enfrentados por la casualidad. Patricia, una joven
escritora, alquila una casa en un barrio periférico con la intención de
escribir su propia historia, lo que le permitirá confirmar o no si sus
padres son los legítimos, o si ella fue una de los tantos niños cuyos
verdaderos padres fueron desaparecidos. Su nacimiento hacia fines de
1976 o principios de 1977 crea su mayor duda y a la vez es su mayor
certeza.
Con
sorpresa, la instalación eléctrica de la casa que alquiló Patricia
está en mal estado, lo que la obliga a buscar un electricista que vive
bajo uno de los puentes del ferrocarril. El hombre que ella encuentra la
acompaña para tratar de solucionar el problema. Este hombre es en
realidad un lumpen, un marginado, hijo de una prostituta quien lo
abandonó cuando niño. Poyo, analfabeto total, se entrega a la
vida con la simpleza del que ya nada tiene que perder, porque nunca tuvo
nada, ni siquiera su identidad.
El
desarrollo de la pieza va mostrando que quien no tiene origen puede ser
huérfano o guacho y asume su rol claramente
ante la sociedad que lo margina; es el hombre sin identidad que transita
la vida anónimamente. En el caso de ella, la escritora, la sociedad no
la margina pero permite que se borre su origen cuando traslada su
identidad a otros padres, otra condición social, otro entorno que no
responde a su sentir. Ella también es una huérfana o
guacha, producto de una conducta social donde el usurpar y el
robar no guardan valor ni causan vergüenza, y donde la identidad es
ignorada.
Este
encuentro no clarifica nada, pero sí expone una realidad que va más allá
de estos dos seres, una realidad que espera respuesta, identidad clara y
contundente en todos los niños de hoy, en todos los hombres de hoy que
ayer fueron niños. Desde la Guerra Civil Española, transportando
huérfanos a Rusia, y eventos similares en Corea, Vietnam, Guatemala, El
Salvador, Colombia, Uruguay, Chile, Argentina... y cuántas sociedades
más que guardan una deuda con el ser humano.
Mario
Marcel – Abril 2006 |